viernes, 12 de febrero de 2016

SER DISCÍPULO.



 
Es muy importante en la vida cristiana ser un verdadero “discípulo”. Podemos ser buenos creyentes, personas que procuran servir al Señor de corazón y poner por obra Su Palabra, pero a la hora de enfrentarnos a dificultades graves, ser sobrepasados por ellas y no ser capaces de mantener en pie nuestra fe. En esos momentos no necesitamos de críticas, sermones, tampoco de la conmiseración de los hermanos, sino que el apoyo de alguien experimentado, un hermano mayor que haya pasado experiencias similares o bien tenga la formación para contenernos. Es decir requerimos de un padre. El Espíritu Santo se vale de hermanos mayores para prodigarnos ese apoyo que necesitamos, hermanos que pueden ser o no pastores, personas maduras en el camino de Cristo. 

Pero no se es discípulo solamente cuando estamos en emergencias espirituales, en crisis de vida, en severas dificultades; somos discípulos en todo momento. El hombre necesita estar sujeto a otro para aprender obediencia, así como los apóstoles estuvieron sujetos a Jesucristo para aprender todo lo concerniente al Reino de Dios y el Evangelio. Por eso el Señor, antes de partir, les encargó: “Id, pues,  y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, / enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (San Mateo 28:19,20)  

A un hombre podemos sujetarnos, es decir aprender de él, ser corregido, animado, edificado, etc., pero nos sometemos sólo a Jesucristo. Hay que diferenciar entre sumisión que es al Señor y sujeción que es al Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Un viejo principio del discipulado es que sin sujeción no hay sumisión. Cuántos hermanos hay que dicen esta lamentable frase: “yo no me sujeto a nadie más que al Señor”. Preguntamos entonces: ¿Para qué puso Dios en Su Iglesia pastores y maestros? El apóstol Pedro nos recuerda: Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes.” (1 Pedro 5:5) 

¿Ha considerado usted la necesidad de ser un discípulo, sujetándose a ese hermano que admira y respeta por su testimonio, experiencia y madurez? Si no lo ha hecho, ore al Señor y pregúntele si es Su voluntad que usted de ese paso trascendental que le traerá mayor crecimiento espiritual a su vida.
 
 
 

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