Es muy importante en la vida cristiana
ser un verdadero “discípulo”. Podemos ser buenos creyentes, personas que
procuran servir al Señor de corazón y poner por obra Su Palabra, pero a la hora
de enfrentarnos a dificultades graves, ser sobrepasados por ellas y no ser
capaces de mantener en pie nuestra fe. En esos momentos no necesitamos de
críticas, sermones, tampoco de la conmiseración de los hermanos, sino que el
apoyo de alguien experimentado, un hermano mayor que haya pasado experiencias
similares o bien tenga la formación para contenernos. Es decir requerimos de un
padre. El Espíritu Santo se vale de hermanos mayores para prodigarnos ese apoyo
que necesitamos, hermanos que pueden ser o no pastores, personas maduras en el
camino de Cristo.
Pero no se es discípulo solamente cuando estamos en emergencias
espirituales, en crisis de vida, en severas dificultades; somos discípulos en
todo momento. El hombre necesita estar sujeto a otro para aprender obediencia,
así como los apóstoles estuvieron sujetos a Jesucristo para aprender todo lo
concerniente al Reino de Dios y el Evangelio. Por eso el Señor, antes de
partir, les encargó: “Id, pues, y
haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, / enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo” (San Mateo
28:19,20)
A un hombre podemos sujetarnos,
es decir aprender de él, ser corregido, animado, edificado, etc., pero nos sometemos sólo a Jesucristo. Hay que
diferenciar entre sumisión que es al Señor y sujeción que es al Cuerpo de
Cristo, la Iglesia. Un viejo principio del discipulado es que sin sujeción no
hay sumisión. Cuántos hermanos hay que dicen esta lamentable frase: “yo no me
sujeto a nadie más que al Señor”. Preguntamos entonces: ¿Para qué puso Dios en
Su Iglesia pastores y maestros? El apóstol Pedro nos recuerda: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los
ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios
resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes.” (1 Pedro 5:5)
¿Ha considerado usted la necesidad de ser un discípulo, sujetándose a ese
hermano que admira y respeta por su testimonio, experiencia y madurez? Si no lo
ha hecho, ore al Señor y pregúntele si es Su voluntad que usted de ese paso
trascendental que le traerá mayor crecimiento espiritual a su vida.
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